jueves, 1 de noviembre de 2012

Capítulo Vigésimo Noveno: La playa de Septiembre.


           Parecía, en cierta manera, irónico. A Veronika no le gustaba la playa. El calor, el agobio, el cúmulo de gente… Por no hablar del tremendo hedor que desprendían los cuerpos al liberar esas toxinas que se producían como necesidad del cuerpo por refrigerarse y los incansables gritos de los niños que se peleaban con otros niños que ni si quiera conocían. No había lugar que más le agobiara y asqueara a la misma vez.
            Sin embargo, algo cambia siempre que llega el final de Septiembre. La playa se queda vacía. La humedad permanece durante más tiempo en la arena, lo que le permite pasear sin hundirse demasiado ni quemarse la planta de los pies. Corre viento, y mucha veces ni si quiera se quita la camisa que lleve en ese momento. Hay nubes en el cielo, las cuales muchas parecen estar a punto de estallar y soltar un gran rayo sobre el mar. Pero de entre las nubes, un tímido sol asoma y brinda la suficiente calidez como para poder mantenerse allí.
            Veronika leía. Devoraba página tras otra del libro que en ese momento estuviera consumiendo sin darse cuenta de cuán rápido pasaba el tiempo pues este en realidad, importaba más bien poco. Una vez llegaba a su casa, escribía. El color gris siempre fue el favorito de Veronika. Era el término medio de ambos extremos, era la virtud, la perfección e imperfección unidas en una. Era inspiración. Sentarse tranquilamente las mañanas mirando el cielo gris le animaba a escribir de manera que sus manos no podrían parar hasta terminar de plasmar lo que sentía.
            ¿Por qué sería así? La explicación no era difícil. Era lo que ella quería. A pesar de no ser el tiempo ni el espacio que en sus sueños se mostraba. La playa de Septiembre le resultaba de lo más parecida a la playa de Bournemouth en el mes de Julio. Así se imaginaba ella su futuro. Siendo escritora. Bajando cuando pudiera a la playa y, de no acompañar el clima, dando largos paseos por el centro o por Firsherman’s Walk. Luego en casa, una de esas de dos plantas que hay cerca de Standford Road, se la pasaría escribiendo y escribiendo, bebiendo siempre un té o, en su mayoría, café.
            Pero esta vez Veronika sintió pánico ante ese sueño. Se encontraba leyendo, de cara a la orilla y, de repente, no era capaz de apartar la mirada de aquel libro, de apartarlo de su trayectoria. ¿Qué vería allí? ¿Qué era lo que realmente quería ver allí? Antes lo tenía muy claro. Al bajar el libro ella podría contemplar desde su asiento a dos criaturas de ojos oscuros jugando con el que sería su marido.
            Estaba a nada de mandarlo todo a la mierda. ¿Cómo pudo ser que, siendo ella alguien tan independiente, deseara tener a alguien en su futuro? No, esa idea no le agradaba. No era egoísmo, pero no quería que en sus planes de futuro hubiera nadie con un rostro conocido. No, no era egoísmo. Veronika no era quién para decidir el futuro de otra persona, no le gustaba la idea de que cualquiera debiera ceder ante todo lo que ella quisiera.
            Sin embargo hubo alguien que le engatusó, que consiguió implantarle esos sueños. Y ella se aferró a ellos. Por suerte su orgullo consiguió romper aquella fantasía en pedazos… por suerte.
            A veces Veronika se pregunta ¿qué hubiera pasado si hubiera dejado de lado su orgullo? No… no, no, no. Si en aquel momento “hubiera dejado de lado” su orgullo, se podría considerar que se estuviera arrastrando ante alguien, quien quisiera que fuera. El orgullo de Veronika fue pisoteado miles de millones de veces, pero era demasiado orgullosa para verlo.
            Aún así, en este momento Veronika sentía pánico al no saber qué acabaría encontrando tras bajar el libro. 

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