Innegablemente
había renacido. Veronika de sentía eufórica, alegre, radiante. Tenía ganas de
cantar, bailar, escribir hasta caer rendida. Y de repente murió. Sintió como
alguien le chupaba lentamente la energía que guardaba en su interior, sentía
cómo nuevamente alguien intentaba adueñarse de su esencia. Otra vez, una loba
vestida de corderita. Pero las cosas no se iban a quedar así.
Y
la única forma que tenía de no permitir que esto ocurriera era comportándose
como una grandísima hija de puta, una zorra con todas las letras. Y más le
valía a esa persona tener cuidado, pues Veronika no era de las que se dejaban
llevar por los comentarios de la gente. Eso lo aprendió bien de Olivia.
Esa
tarde había bailado, en pleno centro, delante de la muchedumbre. Se comió el
mundo. No era la mejor, por no decir que obviamente no tenía ni idea de lo que
estaba haciendo, pero aún así Veronika poseía eso que toda persona necesita
para poder desarrollar cualquier talento: disposición para aprender, para
dejarse llevar. Y esa sonrisa que destacaba entre todas las partes de su cara
dispuesta a cautivar a cualquiera de los allí presentes.
De
la misma manera, en la noche del sábado también hizo el asfalto retumbar. De
lejos le miraban, al pasar y, obviamente, de cerca. Hubo un momento en el que
indudablemente, era el centro de atención sin siquiera proponérselo. Sonó. Aquella
canción con la que su gato negro le hacía sentir tan caliente. Cerró los ojos y
en cuestión de segundos podía notar cómo era él el que movía su cuerpo, cómo le
tocaba en ciertas zonas de una manera para nada púdica. Sentía cómo ardía por
dentro y cómo aquel calor salía de sus poros en forma de sensualidad.
Pero
en un segundo esa sensación desapareció, el gato negro huyó, se convirtió en
tan solo un rastro olfativo. Abrió los ojos y pudo notar todas esas miradas
posadas en ella. Sus mejillas tornaron en el más intenso rojo, pero algo dentro
de ella le decía que aquello estaba bien. No le desagradaba sentirse objeto de
deseo por, aunque sea, unas milésimas de segundo.
En
su reproductor de música se escuchaba en ese momento “Kiss me, goodbye” de Buck
Tick. Había encendido incienso, esta vez, de lavanda. Ahora solo le quedaba
esperar al malito gato que se colaba cada noche por su ventana para que esa
noche se pasara más rápido. Estaba demasiado excitada y, además, tenía la
necesidad de dormir abrazada a alguien. ¿Quién mejor que él?
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