Ha
pasado casi un mes desde que Veronika escribió esto en su diario, pero solo
ella podría arreglárselas de tal manera para que llegara a vosotros este día.
Era
bien entrada la noche, como de costumbre. Hacía tiempo que había dejado de oler
el incienso de lavanda, pero repentinamente el olor a canela había aparecido.
El gato negro se encontraba sentado en el reposo de la ventana mirando el
oscuro manto de Morfeo. Solo escuchó su risa sin apenas abrir los ojos.
-
¿De
qué te quejarás esta noche?
-
Aunque
no lo creas, solo vengo a ver esa sonrisa de idiota que tienes todo el día en
la cara.
-
Oh…
qué agradables palabras, viniendo de alguien como tú – rieron ambos. Ella se
inclinó hasta llegar a su altura – Ahora dime, ¿qué piensas?
-
¿La
verdad? Nada.
-
¿Nada?
-
Nada
– Sonrió.
-
No
creo que te hayas vuelto un cabeza hueca de la noche a la mañana – rió.
Permanecieron un tiempo en silencio y más tarde sus miradas se cruzaron. –
Sabes que me interesa tu opinión.
-
No,
no te interesa – rió – Pero por si las moscas quieres saberla, te diré que no
me opongo.
-
¿Qué?
– respondió extrañada. Él tan solo rió, se acercó a ella, y depositó un pequeño
beso en su frente.
-
Sé
que esta vez no fallarás.
-
Anda
¿y esa confianza tan repentina? – Rió.
-
No
es que yo confíe en ti, además, debería darte igual lo que yo pensase.
Simplemente… tienes ese extraño brillo en los ojos que dicen que esta vez
saldrá bien.
-
Oh,
qué bien – rió. Rieron.
-
¿Cómo
te diste cuenta?
-
Al
principio no me di cuenta del todo. Simplemente me encontraba en… estado de
asimilación.
-
Al
principio.
-
Sí…
lloré cuando dijo que me quería.
-
Qué
absurda eres a veces.
-
Sé
que me lo dijo de verdad. Y te aseguro que ese ha sido el momento más feliz de
toda mi maldita vida.
Como ya les dije,
Veronika se las apañó para que esta publicación llegara a ustedes hoy. Ya que
en estos momentos, estará gritando en un lugar que ni ella misma conoce.
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