jueves, 22 de noviembre de 2012

Capítulo trigésimo segundo: Kyoku… otra vez.


            Sencillamente había explotado. Quizá el impulso eléctrico que se transmitía de una neurona hacia las dendritas de la otra causó un cortocircuito que anuló la actividad en esa parte del cerebro. Se encontraba en estado semi vegetal. No quería tratar más ese tema, había llegado a su límite. Ya ni si quiera le causaba agobio o tristeza, rabia o enfado. Había explotado, se había anulado.
            Todo lo que soltara por su boca como producto de las cuerdas vocales no eran más que escusas baratas. No podía verlas como suficiente.
            “Sé que no confías en mí y me duele y realmente sé que tendría que demostrártelo mucho para volver a ganarme tu confianza. Ni siquiera sé por dónde empezar, pero puedo asegurarte que lo haré.”
            ¿Realmente crees que has hecho todo lo posible? No me hagas reír, querida. No sabes lo que es desvivirse por alguien. Eres una persona acomodada, y no sabes lo que es luchar por algo. No, llorar y quejarse no es luchar. No tienes coraje ni amor propio. Y hasta que no lo tengas, nunca podrás llamarte amiga mía.
            Eres como la niña mona de la guardería que ha creado un imperio a su alrededor y, a medida que vas creciendo, te das cuenta que las personas que te rodean son huecas, no tienen más sentimiento que el ansia de superación. No saben lo que es la verdadera amistad. No sabes lo que es no poder decir nada malo de alguien aunque sea algo obvio, pues cuando estableces dichos vínculos cualquier defecto lo acabas viendo como una virtud, pues eso es lo que le hace ser distinto a los demás.
            Te he propuesto un trato, una última oportunidad. La última. Te la he prometido y cumplo mis promesas. Pero no me exijas que te regale algo de mi tiempo antes del día previsto, pues lo consideraré como una falta de respeto.



Me despido, pues Noviembre está cerca.


No hay comentarios:

Publicar un comentario