jueves, 7 de marzo de 2013

Capítulo cuadragésimo quinto: época de lluvias.


La puerta de la entrada se cerró de manera que el golpe resonó en toda la casa. Cuando aquellos que se encontraban en el interior alzaron la vista para ver qué pasaba, contemplaron a Veronika sonriendo tras los mechones mojados de su pelo.
Pasó fugaz por el pasillo dejando un claro recorrido encharcado marcando la dirección a su cuarto. Se despojó de los accesorios y prendas insignificantes que tenía encima, quedándose tan solo con sus pantalones vaqueros y una camiseta de sisa blanca, para que, tras un paseo a pies descalzos hacia el baño, optara por despojarse de ellos, adentrándose en la ducha.
El agua cálida caía sobre sus fríos hombros, a la vez que emergía el vapor que rodeaba su cuerpo. No podía evitar sentir una mezcla entre emoción y excitación a medida que iba recordando todo lo que habían visto sus ojos.
Se encontraba sola, paseando por las calles de la ciudad en la que vivía con un paraguas en mano y con la música resonando en sus oídos. Cuando menos se lo esperó una tromba de agua comenzó a caer sin que previamente cayeran pequeñas gotas que anunciaran el temporal. Así era la época de lluvias allí, esa que calaba hasta los huesos en menos de un segundo, esa de la que no podías escapar si te atrapaba, esa que Veronika tanto adoraba.
Estaba en paz consigo misma. No había nada que apaciguara sus pensamientos tanto como el agua de lluvia mezclado con la oscuridad de la noche, pues podía ver muchas más cosas de las que podía ver una persona normal. La gente marchaba rápidamente debajo de sus paraguas tratando de buscar un lugar en el que refugiarse. El paso de Veronika era más bien lento, sin reparar si quiera en los charcos que pisaba. Ya no le molestaba el calcetín que se le había bajado hasta la mitad del pie mientras caminaba, solo sentía el frío y la humedad.
Varias canciones sonaban en aquel momento, todas de su grupo favorito, The Gazette. Untitled, Voiceless fear,  Pledge… bellas canciones en las que la parte instrumental y la visual se encontraban en armonía.
De repente las gotas que caían se convertían en estrellas fugaces que chocaban y explotaban contra el suelo. Pequeñas auroras boreales se formaban gracias al viento y las luces de los coches, de las farolas, de los comercios… El olor a asfalto mojado se mezclaba con el de la tierra y las verdes hojas de los árboles.  Un gato callejero cruzó por delante de ella y se escondió dentro de una enorme vasija decorativa.

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